Manuel Maestro Real
Un escritor nada convencional
PRIMER CAPÍTULO DE UNA SUMISA DE VUELTA DE TODO
TERCERA ENTREGA DE LA TRILOGÍA "LA PASIÓN DE ELENA"

UN NUEVO DESPERTAR SOBRE LOS PILARES DEL PUDOR
—¡Abre los ojos! Ábrelos para mí, déjame volver a ver tus preciosas esmeraldas. Abre los ojos y mira en los míos cuánto te he necesitado y cuánto siento haberte perdido.
—¡No, Adán! No quiero abrirlos. No me obligues, déjame seguir soñando contigo. No dejes de besar mi cuerpo, por favor no me despiertes aún. He sentido el aroma de tus labios mientras regresaba a este sueño contigo, y no es el momento de despertar. No necesito verte, solo ámame y así podré despertar entre tus brazos.
Se desnudó y puso su cuerpo sobre el de Elena, ella lo sintió cálido y duro como una roca, agarró con todas sus fuerzas sus glúteos y lo atrajo hacia sí. La penetró despacio, con suavidad. Cada vez que la introducía hasta a mitad, la sacaba entera, dejándola a la suerte del deseo, obligándola a reclamar el total de cuanto le debía.
—¡Así, amor, tortúrame! Haz que regresen a mi mente los motivos por los que no logro vivir sin ti, quiero tener claro a quien pertenezco, hazme recordar el sabor de mi dueño.
—Ahora soy yo quien te pide que no abras los ojos —dicho esto, le sacó la polla, la guio hasta el suelo, se sentó en el borde de la cama y la posó con suavidad sobre sus pies—. Aquí me tienes, disfrútame.
Ahora sí estaba donde tanto necesitó encontrarse, lamió con total delicadeza, a la vez que deslizaba su boca por todo el tronco de aquella polla que la hizo enloquecer desde el primer día.
—¡Así, gata, devórame para que pueda dártelo todo!
Mamaba con bastante desesperación, a la vez que se contenía para no acelerar, tratando de grabar ese momento en el interior de las sombras de aquella habitación que ahora sí tenía vida.
No tardó en llenar su boca con una abundante corrida, apenas daba abasto a tragar semejante torrente de semen, por lo que tuvo que dejar caer gran cantidad sobre sus manos, que puso justo debajo de sus cojones en forma de cuenco para siguió lamiendo a la vez que se masturbaba con toda la mano llena de leche.
—¡No se te ocurra sacarte mi polla de la boca sin que yo te lo haya pedido! —Acababa de correrse y, sin que apenas se le bajase, ya se le estaba endureciendo de nuevo—. ¡Ponte de rodillas inmediatamente y con las manos a la espalda! —Una vez que ella adoptó la postura ordenada, le arrimó únicamente la punta con una tremenda gotaza que brotaba tras la corrida de antes—. ¡Ahora, abre los ojos y mira lo que tengo para ti! —Cuando vio ante sus labios su tan deseada polla y prácticamente chorreando, se abalanzó como una leona, pero él la detuvo en seco con la mano directamente en la garganta—. ¡Quieta, perra, solo mira, comerás únicamente cuando yo te lo permita! ¿Está claro?
—Sí.
Adán se quedó mirándola directamente a los ojos. Apretó con fuerza toda la polla, arrastrando la mano de la raíz hacia la punta mientras se le escurría, al tiempo que se la metía en la boca.
—Toma, pequeña, toma tu premio.
Elena lamió y saboreó hasta correrse un par de veces sin poder remediarlo y, cuando él se la retiró de la boca, ella le preguntó:
—¿Has venido a buscarme?
—Sí, Elena, he venido a buscarte.
—Necesito saber por qué, Adán. ¿Qué es lo que quieres de mí? Ni a ti ni a mí nos falta gente con quien follar, y ya hemos visto que no logramos estar juntos.
—Me gustaría que me dieses la oportunidad de explicarte algo. ¿Salimos a cenar y hablamos?
—¡Dime una cosa, Adán! —Se giró y la miró esperando—. ¿Te ha merecido la pena tan largo viaje por una mamada?
—Sí, ya lo creo. —Elena contuvo la respiración a la espera de la segunda parte que le faltaba a esa aclaración—. Las putas de Madrid ya me tenían saturado.
No articuló palabra, permaneció callada. Los dos se queda-ron totalmente quietos, como en un duelo del lejano oeste, esperando que amainase el viento para empezar a disparar.
—¡Adiós, Elena! —Y una vez más repitió con un tono mucho más serio—. ¡Adiós, Elena!
Salió de la habitación sin entender por qué minutos antes le dijo: ámame para que despierte en tus brazos. Una vez en el pasillo, aceleró cuanto pudo el paso y se encaminó hacia la puerta de la calle.
—¡Adán, espera!
En ese mismo instante fue el orgullo el que intentó de-senfundar primero su revólver, pero la cordura fue más rápida y efectuó un único pero certero disparo en la conciencia de Adán.
—Dime, Elena.
—Siento haber sido borde, pero es que te la debía, cabrón. Me lo hiciste pasar muy mal.
—Lo sé, Elena, salgamos a cenar y hablemos —le decía mientras daba media vuelta para volver a la habitación—. ¿Te parece bien?
—Sí, pero yo invito. He estado estos días trabajando aquí de puta y he ganado mucha pasta.
—¡Déjate ya de hostias! Joder. Lo siento, Elena, siento lo ocurrido.
—Vale, salgamos a cenar.
—Deja que me dé una ducha. ¿Te parece bien?
—Dúchate que voy deshaciendo tu maleta, y te pongo la ropa en un armario.
—Gracias, cariño.
Adán se metió en la ducha y ella se quedó un buen rato tirada en la cama relamiéndose, pero de repente su bombillita se encendió para avisarla de que tendría que cancelar la cita con Jaime, por lo que le mandó un WhatsApp explicando lo ocu-rrido.
—Ha llegado mi chico, y no estaré para nadie.
En breve Jaime contestó.
—No te preocupes, bombón. Y, si os apetece un trío, me dais un toque. Un beso, Elena.
—Okay, Jaime, otro para ti.
Cuando Adán hubo salido de la ducha, Elena le sugirió ir a cenar a “La sardina”.
—Si quieres, muñeco…
—¿Ya empezamos con lo de muñeco? Ja, ja, ja.
—Sí, muñeco. Te decía que iremos a cenar por aquí a un sitio fantástico, tranquilos, para poder charlar y dar un paseo por la arena.
—Genial, entonces me vestiré más cómodo. —Adán se puso unas bermudas de vestir con un bonito polo y chanclas de piel. Salió a la habitación—. Así estoy cómodo y fresco. Cuando quieras, nena.
—Espera que me ponga yo también fresca. —Se quitó las bragas, se lavó el coñito y se puso un vestido algo colorido, muy ajustado—. Ya vamos a juego. ¿Me prefieres con ropa interior?
—No, gata, para nada, quiero que mi hembra se sienta desnuda y que yo tenga acceso total a su intimidad.
—Pues me pongo un poquito de sombra de ojos, algo de color en los labios y lista.
La pareja salió del edificio prácticamente en silencio, se hallaban reflexivos, cada uno sumergido en sus propios pensamientos, peleándose con sus respectivas conciencias, tratando de preparar un buen discurso con el que argumentar, adecuadamente, la forma en la que se trataría de vender las buenas intenciones y sobre todo lo mejor de cada uno para no volver a fallar y no perderse más en rincones prohibidos dentro de sus mentes.
—Hola, Aurora, buenas noches.
—Hola, Elena. Madre mía. ¿No me vas a presentar a este… yo qué sé? Ja, ja, ja.
—Sí, claro. Este es mi chico, Adán.
—¡Hola, bombón! Dios los cría y ellos solitos se acaban mezclando. Ja, ja, ja. Bueno, chicos, no quedaros ahí de pie, sentaos que hoy me habéis pillado haciendo unos pulpos que vais a flipar.
—¡Genial, Aurora! Pero márchanos un par de tostadas como las de esta mañana.
—Perfecto. ¿Qué os preparo de beber?
—¿Cerveza, Adán?
—Sí, pero congelada.
—Pues entonces dos cervezas bien frías, Aurora.
Aurora se giró hacia la barra y dirigiéndose al camarero le pidió:
—Luis, ponme en esta mesa un par pintas en jarra fría.
—¡Marchando! —El tal Luis estaba más que pillado con Elena desde que la viese por primera vez, se acercó a la mesa de la pareja y puso junto a las jarras una sartenita de pimientos de Padrón—. Ricos, ricos, chicos. Están buenísimos —dijo baboseando sobre el espectacular escote de Elena.
Esa osadía no pasó por alto en Adán, quien empezó a maquinar una de las suyas.
—Ahora té cambiaré el sitio con la excusa de que puedas mirar desde aquí el mar y te subirás el vestido. Quiero que te asegures de que el salido baboso este se vuelva loco viendo el coño de mi hembra.
—¡Ummm! Cuánto echaba de menos estos juegos.
—Ah. ¿Sí? ¡Pues espero que le des un buen festival!
—Tranquilo, muñeco, que lo tendremos por aquí revolo-teando como un buitre salido.
Brindaron y acto seguido iniciaron el plan.
Estaba más que claro que el cometido de esa primera cena debería de ser un acto de reconciliación, pero estamos hablando de gente tan sumamente viciosa que, para ellos, lo primero es el juego en cualquiera de las circunstancias que se les pueda presentar.
Se cambiaron el sitio, Elena mostró su negro y peludo coño cuanto pudo a Luis. Él, en principio, no se dio cuenta debido a que en ese momento se le acumuló bastante trabajo en la barra, por lo que Adán metió la mano entre los muslos de ella y, tras una improvisada caminata con los dedos, se encaminó hacia aquel delicioso coño que esperaba impaciente la mano de su amo como si de una mascota se tratase.
—¡Ummm! —Soltó un pequeño gemido Elena a la vez que se mordía los labios—. ¡Qué rico, mi vida! —Agarró la mano de él por la muñeca y se introdujo cuantos dedos pudo en su cuerpo—. ¡Así cariño, pruébame así! —Sin cortarse una cala, llevo los dedos de él hacia su boca y, cuando los hubo lamido y limpiado, se los acercó—. ¡Disfruta del sabor de tu hembra en mi boca!
—¡Ummm, qué rico, cariño! ¡Ufff, qué delicioso, coño! —Esto último lo añadió en los putos morros del camarero, que había aparecido de la nada portando en la bandeja las tostadas, y un colosal e hinchado bulto en el pantalón, del que no hizo absolutamente nada por disimular.
“Mira lo que tengo aquí para esta zorra”, se decía para sus adentros mirando de manera desafiante a Adán, pero en el más absoluto silencio.
Elena miró el empalme de Luis, luego miró a su amo y, cuando este le dio a entender un “adelante”, ni corta ni pere-zosa, le echó la mano al paquete en mitad del bar.
—¡Qué dura la tienes, amigo! ¿Cuánto hace que no follas?
—Hace más de tres días —contestó el servicial camata—, pero, aunque hubiera follado hace cinco minutos, viendo seme-jante espectáculo, estaría igual.
—Eso está muy bien, y me halagas, pero hoy me halagarás haciéndote una buena paja pensando en este coño. —Dicho esto, volvió a abrirse de piernas mostrando todo cuanto deseaba aquel hombre.
—¿Queréis otra jarrita? A estas invito yo.
—Yo no quiero más, soy de beber poco, pero a ella ponle otra.
—Sí, señor. A ella le pondré lo que quiera, con su permiso.
—Lo tienes, pero contéstame a una pregunta.
—Sí, deme un momento y ahora vuelvo, que me reclaman.
—Okay, ven luego.
—¿Puedo saber qué le vas a preguntar?
—Lo mismo que has observado tú.
—Que es un sumiso, ¿verdad?
—Exacto, Elena, y por eso quiero ver cómo haces con los sumisos, como estuviste haciendo en Madrid con esos tipos.
—¡Veta a la mierda, Adán! ¡Vete a tomar por el puto culo!
Se levantó de la mesa y él tuvo que agarrarla con todas sus fuerzas para retenerla.
—¡Joder, Elena! Que no van por ahí los tiros, hostia, sola-mente es porque quiero ver cómo los dominas. Simplemente porque todos los que tenemos una parte dominante también tenemos una parte de sumisos, y los que tenéis una parte de sumisas tenéis una parte dominante; y yo me muero por ver a mi sumisa dominando y castigando a un hombre.
—Vale, ahora lo he entendido, pero ¿no será que en el fondo buscas ser tú el dominado por mí?
—Yo me dejaré dominar un poco en algún juego, pero solo cuando yo lo decida y de manera muy puntual y escasa. ¡Espero que eso te haya quedado claro!
—¡Ummm! Sí, mi señor. ¡Qué perra y cerda me pongo cuan-do dices: “Que te quede claro”!
En dos minutos ya tenían al perro baboso de regreso en la mesa y con claros signos de sumisión, por lo que Adán volvió a su tema principal.
—Eres sumiso, ¿verdad?
—Sí, señor, y también… —Chsss, fue interrumpido por Elena esta vez.
—Yo quiero saber quién te gusta más, y procura decir la verdad desde el principio. —Luis fue a añadir algo, pero ella le volvió a ordenar—: ¡Calla, perro, no te he dado permiso para hablar!
—Perdón.
—Quiero saber… ¿te gusto yo más o mi amo?
—Me gusta ser dominado por una mujer, ser esclavo de un buen coño, pero como ama puede hacer que me use quien ella lo decida.
—Pero ¿te van también los tíos?
—Por supuesto, me encanta comerme un rico rabo, y más si sale lleno de flujo del interior de un buen coño, del de mi ama.
—Perfecto. ¡Puedes retirarte!
—Sí, ama.
—¡Perdona! Primero, no he aceptado ser tu ama aún. Y, segundo, en el futuro evita no ser tan charlatán, puto perro. Ahora, como castigo, tienes prohibido correrte hasta que yo te de permiso. Así que, como veo que no llevas alianza, y, deduciendo que estas viviendo solo, dame tu teléfono por si, cuando vaya alegre y me esté follando mi macho, decido llamarte para oír cómo te corres!
—Sí, mi señora.
Luis facilitó su móvil a Elena y se retiró.
—¡Bravo, Elena! Llevo dos días que no gano para sor-presas.
—¡Qué bien pinta eso, cuéntame, muñeco!
—Ayer, Eva resultó ser una sumisa colosal.
—¿Estás hablando de la chiquita esta que conocimos con su pareja? Un tal…
—Quique, sí, son ellos. Bueno pues la hice venir en taxi, jugando con el chofer, luego en mi cocina. Bla, bla, bla… Luego Rosa hizo de sumisa y después de ama, más todas las dotes aprendidas al estar metida en este mundillo.
—Y ahora te sorprendo yo siendo ama de estos mierdas.
—Pues sí, la verdad, porque además se aprecia que los sabes tratar, basta con escuchar cómo te refieres a ellos.
—Perros, mierdas y demás. Adán, cariño, es como a ellos les da placer.
—Sí, perra, si lo tengo claro. ¿Qué me va a contar a mí mi sumisa? ¡Mastúrbate ahora mismo!
—Sí, mi amo.
Elena se metió la mano en el coño por debajo de la mesa, y se estuvo corriendo hasta que su dueño así lo quiso, únicamente para que tuviera claro con quién se encontraba sentada a la mesa.
—Ahora llama a tu perro y que te limpie la mano, lo quiero contento.
Elena hizo un chasquido de dedos. Cuando su nueva adqui-sición miró, le ordenó venir moviendo el dedo.
—Sí, mi señora. ¿Qué necesita?
—¡Toma, perro, lame los dedos que he usado para correrme, metiéndomelos en el coño!
Luis miró hacia todas y cada una las mesas con la máxima atención, a la espera de que nadie le estuviera viendo, y poder saborear a esa ama que el destino trajo a su local para que él pudiera postrarse a sus pies.
Elena pudo observar la complejidad de lo solicitado, por lo que tiró el cubierto al suelo y, como cabía de esperar, Luis se arrojó de inmediato a recogerlo. Entonces Elena le metió los dedos hasta la garganta mientras le decía:
—¡Lámelos, mamón! ¡Lámelos bien, cerdo!
Ahí mismo, agachado, lamiendo y en esos escasos tres segundos, Luis se corrió y por su pantalón empezó a verse una enorme y creciente mancha de semen, por lo que tuvo que salir disparado hacia la barra a ponerse un delantal antes de que el resto de clientes advirtiesen este blanco detalle sobre el negro pantalón. Esto a Elena la puso a mil.
—Tengo una idea, muñeco.
—Ja, ja, ja.
—¿Te ríes porqué te llamo muñeco?
—Digamos que me río por cómo lo dices, pero cuéntame tu idea.
—Que nos den una copita y la tomamos paseando por la arena.
—Me parece genial, ya lo creo.
—¿Dos gin tonics?
—Venga, hecho.
—Yo me encargo de las copas.
Elena se fue para la barra y pidió a Luis las copas.
—¡Tú, ven aquí! —llamó a Luis de muy malas formas—. ¡Vas a pagar bien pagado el haberte corrido sin mi permiso, perro!
—Se me ha escapado. ama.
—¡Chsss, a callar! Ya pensaré en algo, por ahora ponme dos gin tonics cortitos de ginebra.
—Inmediatamente, señora.
—¿Señora?
—Mi señora.
En toda su puta vida había tenido delante a un ama de verdad, y mucho menos a un pedazo de hembra como Elena. Parecía que aquel hombrecillo hubiera encontrado la lámpara del genio y el anillo de Gollum al mismo tiempo, pero lo único que frotaría sería su polla y el anillo atravesado por un dedo sería el de su ano.
—¿Estas otra vez empalmado? —le preguntó poniendo mi-rada de tigresa a punto de atacar—. ¿Estás a punto de correrte otra vez?
Hablarle así, esa forma de dirigirse a él, se convirtió en el detonante y antes de poder contestar le dijo.
—¡Enséñame la polla!
—¿Aquí?
—¡Sí, aquí mismo! ¡Enséñame la polla, quiero ver mi polla! Porque es mía. ¿Verdad?
—Sí, mi señora. Pero aquí no puedo.
—¿Cómo te atreves? ¡Hijo de puta, cerdo! —Se detuvo un momento, entendió la situación y de inmediato cambió de tercio—. Vale, te entiendo, ponme las copas y ya hablaremos tú y yo más tranquilamente.
Adán salió y se dirigió hacia la playa, se encendió un porro de maría y, dando cortos paseos en la orilla, esperó a Elena.
—Hola, cariño, aquí tienes tu copa. Y, por cierto, ummm, qué olorcito más chulo. ¿Eso es maría?
—Sí, claro, ya lo creo. Y además, cosecha propia. Como dejan tener dos o tres plantas por persona, pues todos los años me saco la suficiente hasta la siguiente cosecha, y así siempre tengo.
—Pues pasa el peta, muñeco. Ja, ja, ja.
—Toma, pero ten cuidado que esta pega.
—Ya me he acostumbrado con la de Lidia. Estoy hecha una auténtica drogata de hierba. Ja, ja, ja.
—La madre que te parió. Brindemos, muñeca.
Chin chin, los dos brindaron y él sacó del bolsillo un papel. Esto es para ti, Elena.
—¿Qué es?
—Ábrelo y lo ves.
—Toma, sujétame la copa que lo mire bien.
Desdobló un folio de libreta y comenzó a leer; era un precioso poema que, durante sus horas de andanzas por aeropuertos y demás, había escrito para ella.
Y el poema, titulado “Miedo a nacer otra vez” decía así:
Salimos al mundo, por primera vez, de la mano de una persona desconocida, llorándole desconsoladamente, pidiendo que se apiade de nosotros y nos ponga rápidamente en brazos de nuestra madre.
A mi entender, creo que ese miedo continúa presente en todas las etapas de nuestra vida, nos acompaña en cada amor conquistado, en cada logro personal y, sobre todo, en aquellas decisiones que no tuvieron marcha atrás.
Un miedo que se viste de pudor, usando tu primer llanto para lavar sus manos.
Un desafío incesante que pone de manifiesto mis pensamientos, aquellos que tratan de infundir el valor a vivir, temién-dole a cuanto no consigo comprender que arremete contra el día en el que me atreví a nacer.
Sin miedo a la hipocresía, uso mi vida al revés, llorando mientras veía que empezaba a ser feliz. Así es como logro sonreír. Desatando mis sueños, empiezo mi viaje por los desiertos donde se refugian las verdades, entre dunas de promesas vendidas por tus cumpleaños, donde esa primera luz que viste se tapa el rostro con tu angustioso miedo. Hoy la busco a través de una memoria, que quedó inundada por los llantos de aquel bebé que se sienta conmigo en mi cama, solo para hacerme ver que lo más duro de mi vida sería volver a nacer y una vez hecho adulto encontrarte a ti otra vez.
A mi querida Elena,
con todo el cariño que alberga hacia ella mi corazón.
Elena se quedó muda, lo leyó hasta tres veces seguidas, quizás porque, con las lágrimas de emoción que brotaron de sus preciosos ojos, no podía leerlo bien, o simplemente porque la belleza de ese poema requería volver a leerlo.
—¿Es para mí?
—¿Para quién iba a ser si no?
—Entonces no quiero que lo publiques jamás, lo quiero solo para mí. No quiero que ninguna otra mujer tenga en sus manos un libro que contenga estas palabras que escribiste únicamente pensando en mí.
—Y así lo haré, pero déjamelo luego que le haga una foto para escribírtelo mejor.
—No, muñeco, hazle la foto si quieres por si lo pierdo, pero este lo quiero así, y lo enmarcaré para ponerlo en mi habitación, así que ya me lo estás firmando.
—Claro, toma fuma. —Volvió a pasarle el porro a Elena.
—De lo que tengo ganas de fumar es otra cosa —y dicho esto, cogió a Adán de la mano y tiró de él hasta llevarlo a aquella misma palmera en la que se amarían dos noches atrás Lidia y Lola, al amparo de una luna que había bajado su intensidad solo para Elena y Adán. Y allí, bajo las sombras que proyectaban las ramas de la enorme planta, comenzaron a devorarse el uno al otro como si se tratase de dos enemigos eternos a los que se les permite rendir cuentas, usando solo las bocas para intentar derrotar a su contrincante.
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